L'ORNITONIGMA

diumenge, 24 de gener del 2016

Todo depende de los ojos con que se mire (Basado en hechos reales)

Todo depende de los ojos con que se mire, aunque no sólo se necesitan ojos para mirar. “¡Pero hombre, cómo se te ocurre entrar a ese pueblo a comer!” Digo ese, como podría decir cualquier otro pueblo del Segrià en la Plana de Lleida. Os explicaré brevemente la historia.

Entre Galicia y Barcelona hay aproximadamente unos 1.200 km. En mil doscientos kilómetros los paisajes se suceden como fotogramas de una larga película de más de 12 horas. A través de la carretera, paisajes y sensaciones se entrecruzan y generan toda clase de sentimientos. Nos seducen, los aborrecemos, nos sorprenden, nos aburren, nos estremecen, los ignoramos... Imaginad a ese viajero que sale de la costa atlántica de Galicia, que está acostumbrado a vivir de cara al mar, que descansa cada tarde su vista en un cálido horizonte, que tiene a sus espaldas un verde infinito y monótono, el verde azulado del eucaliptal. Ese viajero deja atrás las suaves montañas gallegas, desciende hacia las llanuras cerealistas leonesas, se alegra al encontrarse con las estribaciones de la abrupta cordillera Cantábrica en el norte de Burgos y Palencia, y entonces comienza a descender hacia la depresión del Ebro.

Al principio son los viñedos riojanos los que rigen el paisaje. Las colinas cada vez más suaves dan paso a la estepa cerealista. Al pasar Zaragoza, el secano se acentua y cobra todo su vigor en los Monegros. Asi pasa Zaragoza y Huesca. Ese viajero que nunca había visto un paisaje semejante, estépico, casi predesértico, siente mucha curiosidad. El asombro del principio va dando paso a un visto-uno-visto-todos. Comenta que tiene su aquello. Pero súbitamente ese paisaje árido, ocre y desarbolado se transforma. El verde vuelve a los márgenes de la autopista, el vacío estépico se llena de construcciones, pueblos aquí y pueblos allá. No sabé ubicar ese paisaje. Mientras contempla y trata de poner nombre a esos nuevos estímulos, llega la hora de comer. Sale de la autovía y busca un restaurante. Un cartel le da la bienvenida a una pequeña población de la ribera del río Segre. “Feo, es feo”. Por fin le pudo poner un nombre a su sensación. Después de comer en un bar cualquiera de la autopista, continuó camino hacia Barcelona pensando en lo feo que era aquello.

Tomillar de Alfés

¡Qué paisaje! Cuando sentimos esta exclamación nos vienen a la mente abruptas montañas, playas tropicales, verdes selvas, bucólicas campiñas, pero pocas veces imaginaremos áridas llanuras, resecas estepas o desnudos cerros. La idea del paisaje ya viene de fábrica y hay que romper con muchos prejuicios para poder disfrutar realmente de esas zonas que no serán fotos de postal, si no es como puestas de sol. Yo soy un acérrimo defensor de las bondades de la plana de Lleida. Basta detenerse, y dejarse llevar por los sentidos para apreciar la belleza de su paisaje. Una belleza que lamentablemente está muy fracturada, que se esconde tras los regadíos, las infraestructuras y todo tipo de agresiones. Donde parece que no hay nada, cabe detenerse y esperar. Campos de cereal, tomillares, garrigas, prados secos terofíticos, nos ofrecen una sorprendente biodiversidad. Y como ya he escrito demasiado, os dejo con algunas imágenes que dan fe de ello. Yo me voy a charlar con ese viajero.


Alcaraván
Chorlito carambolo
Clot de la Unilla 
Plans de la Unilla
Calandria 
Sisones