Jérôme Ruillier sabe transmitir con claridad valores claves para la convivencia. Uno de mis cuentos favoritos lleva por título “Por cuatro esquinitas de nada”. Por cuatro esquinitas de nada, no sólo se evita romper vínculos, sino que se logra estrecharlos aún más. Se trata de un esfuerzo colectivo para integrar a los otros. Los otros puede ser cualquiera por diferente que sea. Y por muy diferentes que sean o por muy difícil o casi imposible que parezca la solución, ésta surge para adaptar las puertas de una casa común que todos gustan de compartir.
La solución aparenta ser sencilla. Está muy a la vista. Parece tan evidente. Sin embargo, individualmente se muestran incapaces de dar con ella. Es la voluntad de querer y la forma de buscarla, la que abre la puerta a las ideas y lleva a la resolución del problema.
Trasladado a nuestro entorno natural, seguro que todos nosotros sabemos de algún “Por cuatro esquinitas de nada”. La mayoría serán pequeños espacios que pasan desapercibidos. Muchos se quedan o se quedarán por el camino en el recuerdo de unos pocos, que es lo mismo que en el olvido de todos. Otros han tenido o tendrán más suerte. Están ahí gracias al esfuerzo de algunos redonditos que han visto su valor y han sentido el deseo y visto la importancia de que sigan formando parte de nuestra gran casa común. Pero lograrlo no habrá sido empresa fácil. Nunca lo es. Desde mi punto de vista han de converger varios elementos: tener conciencia de su existencia; valorarlo por lo que es y no por lo que pudiera ser; sumar esfuerzos colectivos; y lo fundamental, saber trasmitirlo a los que aún no lo han percibido. La suma de todos estos factores garantiza el éxito.
Yo conozco varios “Por cuatro esquinitas de nada” en mi zona habitual de pajareo, pero aprovecho a hablaros de una que apreció mucho aquí en Galicia, desde donde escribo estas líneas.
Se trata de la desembocadura de un pequeño riachuelo en el concello de Nigrán. El regato Muiños vierte sus aguas al Atlántico a través de la playa de Area Loura, una zona muy urbanizada, con una alta presión humana. En apariencia sólo es apta para la gaviotas, y ya sabemos lo que mucha gente piensa sobre ellas. Afortunadamente son adaptables y pese a las molestias continuas de la gente varios cientos (a veces sólo unas pocas decenas, depende de la época del año) utilizan las arenas de la desembocadura para descansar y las aguas del regato para bañarse.
Una mirada atenta descubrirá más cosas. Ocultos sobre la huella de algún bañista, observan los chorlitejos patinegros a los paseantes ajenos a su presencia. Su color ocráceo los mimetiza perfectamente y los vuelve invisibles a ojos inexpertos. La especie, que desapareció como reproductora debido a la pérdida de hábitat y la presión turística, ha vuelto a colonizar las dunas gracias a la conservación de este pequeñísimo reducto.
En uno de los extremos de la desembocadura, aún perdura una diminuta franja de carrizal. Diminuta a nuestros ojos, pero una puerta abierta al descanso a unas 3000 golondrinas en su migración otoñal. Cada tarde cientos de estas pequeñas aves aparecen por todas partes para pasar la noche al resguardo de las cañas. Nos ofrecen un espectáculo único: sus vuelos acrobáticos mientras el Sol se pone sobre el océano. Un pequeño lujo que sólo unos pocos redonditos pueden disfrutar porque saben verlo.
Hoy tuve el placer de conocer a uno de esos redonditos. Las canas cubrían su cabeza y sus palabras eran sabias. Gracias.
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