¡Qué mejor manera de coronar un trimestre sin
casi salidas a ver pájaros, que dándome una buena “fartura” de ellos! Eso fue
lo que hice aprovechando las vacaciones de Navidad. Entre la carga excepcional
de trabajo que tuve el primer trimestre del curso y un esguince que me dejó
postrado dos largas semanas y unas cuantas a paso de bebé, podéis imaginad las
ganas que tenía de salir a ver aves. Digo ganas y no ansias, casi por rubor,
porque la necesidad iba más allá de lo natural. Suerte que me queda un poco de
autocontrol. Pues bien, en mi recorrido desde Barcelona hasta Galicia y vuelta
a Barcelona, no perdí oportunidad. O eso creo.
Con el fin de organizar un poco los datos
(cosa que no creo que consiga), aquí os ofrezco una miscelénea de las mejores
observaciones de esos días. Mejores en cuanto a rarezas, porque tuve de esas
que ansío tanto como la mejor de las cáspicas. No es broma. Lo digo en serio.
Una yarrellii fetén me produce tanto
o más subidón que una cachinnans.
Cosas de la naturaleza humana.
El invierno de las barnaclas
Este invierno yo lo calificaría como el
invierno de las barnaclas, de las barnaclas carinegras. Grandes grupos en
algunas rías y estuarios, pequeños bandos en varias marismas, ejemplares
solitarios en solitarias playas. Fue un festival de barnaclas desde Santoña a Galicia,
pasando por las sobrias estepas de la meseta norte.
El graznido de las ocas es un sonido invernal
por excelencia. Y aunque las llamemos barnaclas, nada tienen que ver con el
marisco. Son tan ocas como las demás, aunque un poco extrañas. A las ocas les
pasa lo que a las personas, les gustan las multitudes. Sin embargo ellas parece
que se lo montan bastante mejor. La sociedad de las ocas también es
multiracial. Basta escrutar con atención, y mucha paciencia, un gran bando de
ellas, para con un poco de suerte, dar con ejemplares o grupos pequeños de
otras especies.
Si a todo lo observado, añadimos un ánsar
piquicorto (Anser brachyrhynchus) que
vi en el embalse de San Andrés, Xixón (Asturies), el 27 de diciembre de 2014,
el resultado fue más que satisfactorio.
Gaviotas de este a oeste
Desde la costa vasca hasta el suroeste de
Galicia, las había por millares. Son unas aves de las que siempre disfruto.
Este invierno fue tiempo de reencuentros: smith en Ondarroa, argènteas en Xixón
y Galicia, gaviones cada vez más numerosos de este a oeste; visita a Cariño y
alrededores, meca del gavioteo ibérico... Pero eché de menos a una de mis
favoritas, la gaviota cana. Posiblemente este invierno tan suave las mantiene
más al norte.
La primera visita fue al puerto de Ondarroa el
24 de diciembre. La argéntea americana que desde hace tres años visita la
localidad, allí estaba. Junto a sus primas lejanas, nuestras patiamarillas
cantábricas, destacaba por su tamaño, su manto gris muy claro y sus patas rosa
puñeta (rosa chicle, dicen también).
No fue la única con patas de ese color tan
chillón. A su cita volvió también la gaviota esquimal que años antes se viera en
la piscifactoría de Lago (Xove, Lugo). Igual que en aquella primera aventura
que compartí con mi amigo Clemente, Cipriana, que así fue bautizada en honor al
municipio donde apareció, se hizo de rogar.
El 29 de diciembre viajaba de Asturies a
Santiago. Me había parado a dormir en Ribadeo. A la mañana siguiente pensaba
recorrer la rasa costera entre Tapia y Villadún en el occidente de Asturies. Sin
embargo, la noticia del regreso de Cipriana decidió el destino. Eran las nueve
de la mañana y ya estaba escrutando los tejados de la piscifactoría. Había hecho
lo mismo con el canal de desagüe. También había mirado la bahía. La thayeri no aparecía. En San Cibrao había
argénteas, gaviones, sombrías y patiamarillas. La entrada de gaviotas había
sido buena según decían. Era mediodía cuando volví a la piscifactoría, dos
observadores más buscaban a la gaviota. La habían encontrado. Allí estaba,
entre el tumulto de decenas y decenas de gaviotas que aprovechaban los restos
que se abocaban por el canal del desagüe. No duró más de diez minutos hasta que
desapareció. Un reencuentro breve pero intenso.
Uno de los observadores era un finlandés, que
iba camino de Cariño. Hacia allí nos dirigimos como una pequeña caravana. El
objetivo era la gaviota de Bonaparte que estaba pasando el invierno en la
localidad. Fue llegar y besar el santo. No hizo falta ni bajar del coche. Nos
sobrevoló varias veces. Pero ahí se quedó nuestro gozó. El ejemplar enfiló
hacia la otra punta de la bahía, donde permaneció el resto del tiempo. Cosas de
la ornitología. Eso también forma parte de su encanto. Al fin y al cabo no
estábamos visitando un zoológico.
Mientras hablabamos de gaviotas, observabamos
gaviotas. Un bando variado reposaba en la orilla de la playa. Entonces se
disparó una alerta. Una de ellas era claramente diferente del resto. Ante
nosotros teníamos una cachinnans
fetén. Una de esas que no te dan quebraderos de cabeza, de las que molan, de
las que se disfrutan. Unas horas más tarde, compartí la observación con Ricardo
Hevia. ¡Vaya día! Eso sí que era un regalazo de Navidad.
Mi destino final era el pueblo de mi padre, al
lado de la ría de Ramallosa, en la orilla sur de la ría de Vigo. Una buena
despedida de año y a comenzar el 2015. Desde la ventana de mi dormitorio vi las
4 barnaclas carinegras invernantes, todo un acontecimiento en la zona. Y tras
un corto paseo, llegué a la playa de Ladeira. Tocando a las dunas hay un
pequeño campo de futbol. En el campo de futbol unas cuantas familias, y entre
el chutar de unos niños, el correr de unos y otros, una gaviota de Delaware de
1r invierno. Sabía que estaba allí, pero no tan “clavada” al sitio. Era 1 de
enero. Quedaban pocas horas para iniciar el viaje de vuelta.
Un paseo por León
Hay aves raras por su regularidad, otras lo
son por su escasez. Las hay también por su distribución. Y al margen del
significado ecológico del concepto de rareza, las hay por su aspecto.
En el sureste de la provincia de León, vive
probablemente el córvido más raro de toda la Península Ibérica, la graja. Es raro en
cuanto a aparición, es escaso en cuanto a número de parejas nidificantes, llama
la atención su distribución, y además tiene un aspecto rarísimo. Es su aspecto
primitivo, su mirada inteligente y la magia que lo envuelve, lo que me cautiva
de este córvido.
En algunas zonas verdes de la misma ciudad de
León, se puede disfrutar de él. Pude observar algún ejemplar en el campus de la
Universidad de León. Pero los grupos mayores los vi entorno a la localidad de
Trobajo del Cerecedo.
Todo un gusto cerrar esta crónica con esta
especie tan interesante. Espero
que la hayais disfrutado.
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