Todo depende de los ojos con que se mire,
aunque no sólo se necesitan ojos para mirar. “¡Pero hombre, cómo se te ocurre entrar a ese pueblo a comer!” Digo
ese, como podría decir cualquier otro pueblo del Segrià en la Plana de Lleida.
Os explicaré brevemente la historia.
Entre Galicia y Barcelona hay aproximadamente
unos 1.200 km. En mil doscientos kilómetros los paisajes se suceden como
fotogramas de una larga película de más de 12 horas. A través de la carretera,
paisajes y sensaciones se entrecruzan y generan toda clase de sentimientos. Nos
seducen, los aborrecemos, nos sorprenden, nos aburren, nos estremecen, los
ignoramos... Imaginad a ese viajero que sale de la costa atlántica de Galicia, que
está acostumbrado a vivir de cara al mar, que descansa cada tarde su vista en
un cálido horizonte, que tiene a sus espaldas un verde infinito y monótono, el
verde azulado del eucaliptal. Ese viajero deja atrás las suaves montañas
gallegas, desciende hacia las llanuras cerealistas leonesas, se alegra al
encontrarse con las estribaciones de la abrupta cordillera Cantábrica en el
norte de Burgos y Palencia, y entonces comienza a descender hacia la depresión
del Ebro.
Al principio son los viñedos riojanos los que
rigen el paisaje. Las colinas cada vez más suaves dan paso a la estepa
cerealista. Al pasar Zaragoza, el secano se acentua y cobra todo su vigor en
los Monegros. Asi pasa Zaragoza y Huesca. Ese viajero que nunca había visto un
paisaje semejante, estépico, casi predesértico, siente mucha curiosidad. El
asombro del principio va dando paso a un visto-uno-visto-todos. Comenta que
tiene su aquello. Pero súbitamente
ese paisaje árido, ocre y desarbolado se transforma. El verde vuelve a los
márgenes de la autopista, el vacío estépico se llena de construcciones, pueblos
aquí y pueblos allá. No sabé ubicar ese paisaje. Mientras contempla y trata de
poner nombre a esos nuevos estímulos, llega la hora de comer. Sale de la
autovía y busca un restaurante. Un cartel le da la bienvenida a una pequeña
población de la ribera del río Segre. “Feo, es feo”. Por fin le pudo poner un
nombre a su sensación. Después de comer en un bar cualquiera de la autopista,
continuó camino hacia Barcelona pensando en lo feo que era aquello.
 |
Tomillar de Alfés |
¡Qué
paisaje! Cuando sentimos esta exclamación nos vienen a
la mente abruptas montañas, playas tropicales, verdes selvas, bucólicas campiñas,
pero pocas veces imaginaremos áridas llanuras, resecas estepas o desnudos cerros.
La idea del paisaje ya viene de fábrica y hay que romper con muchos prejuicios
para poder disfrutar realmente de esas zonas que no serán fotos de postal, si
no es como puestas de sol. Yo soy un acérrimo defensor de las bondades de la
plana de Lleida. Basta detenerse, y dejarse llevar por los sentidos para
apreciar la belleza de su paisaje. Una belleza que lamentablemente está muy
fracturada, que se esconde tras los regadíos, las infraestructuras y todo tipo
de agresiones. Donde parece que no hay nada, cabe detenerse y esperar. Campos
de cereal, tomillares, garrigas, prados secos terofíticos, nos ofrecen una
sorprendente biodiversidad. Y como ya he escrito demasiado, os dejo con algunas
imágenes que dan fe de ello. Yo me voy a charlar con ese viajero.
 |
Alcaraván |
 |
Chorlito carambolo |
 |
Clot de la Unilla |
 |
Plans de la Unilla |
 |
Calandria |
 |
Sisones |
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada