Esta es una entrada que rompe la tónica
habitual del blog. No sé si esto marcará un antes y un después —en mi opinión creo que no—, pero sea como
fuere hoy siento la necesidad de romper con lo políticamente correcto, sin
abandonar ese estilo amable y educado que trato de imprimir en cada uno de mis
escritos. Hoy voy a llamar a las cosas por su nombre, como siempre, pero esta
vez de una forma absolutamente contundente.
A los seres humanos nos encanta clasificar,
establecer categorías, listar... Organizar nuestro entorno forma parte de
nuestra idiosincrasia como especie cultural. Los seres vivos no son una
excepción. De enumerarlos, clasificarlos y establecer categorías se encarga la
taxonomía siguiendo criterios científicos. Yo, que no soy taxónomo y en estos
momentos mi mente es poco científica, los clasifico [a los animales] en
gigantes, grandes, medianos, pequeños, muy pequeños, microscópicos e
invisibles. Un animal grande nunca será un gigante, el rango de los medianos es
bastante más amplio, los microscópicos están bien acotados, ¿pero qué me decís
de los invisibles? Esta última es una categoría cajón de sastre, en la que caben todos los anteriores. Es decir, un animal puede ser mediano y a la vez invisible. Lo mismo
sucede con los grandes. A los gigantes quizás les afecte menos. Los pequeños,
por el contrario, lo tienen más crudo. Y por supuesto no hay que confundir
microscópico con invisible. Que no lo veas, no quiere decir que no esté. Y a
qué viene todo esto, os preguntaréis.
Existen personas que tienen ojos pero no ven,
igual que otras que oyen pero no escuchan. Puedo disculpar y entender que un
sujeto con todas sus facultades perceptivas en aparente buen estado no sepa
percibir. Se puede, por ejemplo, ver una salamandra y percibir un bicho
asqueroso. Probablemente se deba a que su percepción está condicionada por determinados
marcos sociales. Esa persona vive coja, y con su percepción mutila inevitablemente
la existencia de la salamandra. Dicho de otro modo, hay percepciones que
reproducen y legitiman ciertos comportamientos y creencias. Y lamentablemente
con la naturaleza pasa muy a menudo. Muchos animales son simplemente invisibles
y algunas personas se rigen por el “todovale”.
La mayoría conoceréis el mar, ¿verdad que
parece infinito? Los únicos límites son los que marcan la orilla y el
horizonte, el primero fijo y tangible y el otro que siempre está por llegar.
Ahora os pido que imaginéis un saliente rocoso próximo a la orilla. Sobre él
descansa una garceta común, un ave grande de plumaje blanco inmaculado. Se
acicala tranquila en su reposadero, ajena a un observador cautivado por su
esencia, que la vigila telescopio en ristre desde el dique de un puerto.
Este observador es peculiar, acostumbra a
mantener los dos ojos abiertos mientras mira por el único ocular del
telescopio. Le gusta estar atento a su entorno, y aún así se le escapan
multitud de cosas. Pero esta vez detecta una importante, y no gracias a su
avezada perspicacia, sino al entendimiento del comportamiento de la garceta. De
repente, el animal, que alternaba reposo y acicalamiento del plumaje, estira su
cuello y aprieta el plumaje. Ese blanco manto que hasta ese momento era
esponjoso, se aprieta contra el cuerpo. Señal de alarma. Se aprecia entonces un
animal esbelto y elegante. Al mismo tiempo estira el cuello y gira la cabeza.
Algo ha llamado su atención. A unos 20 metros una piragua se dirige directa
hacia él. La garceta controla su distancia de seguridad. Cuando se siente
amenazada, alza el vuelo y se posa en el dique del puerto, justo debajo del
observador del telescopio. El observador del telescopio se siente feliz, pero
como ya está escamado de otras ocasiones, sigue el rumbo de la piragua y no se
equivoca: el piragüista va directo a la garceta. Ésta, que se ve que tiene bastante
temple, apura hasta el final y como no podía ser de otro modo, se lanza al
vuelo y desaparece dirección sur. Desconozco la intención del piragüista, pero
no me cabe la menor duda de la del observador y la garceta.
El observador, enfadado y molesto, le explica
al piragüista que el mar es suficientemente ancho para que su rumbo evite
molestar a la garceta. El piragüista le responde que no vio ningún pájaro. El
observador cree estar delante de una de esas personas que ven pero no miran. La
garceta era invisible. Cuando entra en conversación con el piragüista se da
cuenta entonces de que el observador no sólo está ciego, sinó que además es portador
del FHP.
El FHP
(Factor HijoPuta) fue descrito
por primera vez por mi amigo de malandanzas y desventuras, el Dr. David Álvarez.
Doctor en biología y estudioso de las salamandras donde los haya. Según el Dr.
Álvarez, lo único que persigue el Hijoputa es hacer daño. Piensa también el
Hijoputa, que es el amo del mundo, y va por donde le da la gana (así lo manifestó
el piragüista). Y como bien dice mi amigo, nunca menospreciéis la capacidad de
hacer daño de un Hijoputa, sobre todo si tiene el agravante de chulería.
http://www.naturalezacantabrica.es/2015/07/presentacion-del-libro-los-vencejos.html |
BIBLIOGRAFÍA:
Álvarez, D. 2015. Los vencejos sueñan despiertos. Tundra Ediciones. Castellón.
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