El 21 de diciembre de 2012 me despedí de mis
compañeros de trabajo con un pantagruélico festín. Semejante atracón a punto
estuvo de dejarme fuera de servicio durante unos días, pero las ganas de
emprender camino hacia el Cantábrico y Galicia resultaron el mejor los remedios
frente a ese uso y abuso de la comidas en fechas navideñas. Con diferencia, fue
uno de los peores viajes que recuerdo y cuando finalmente llegué a Santoña, mi
cuerpo me pedía un poco de bondad, aunque sólo fuera un poco. De buen gusto se
la hubiera dado, pero mi mente, mis ojos y mis oídos ya estaban a otra cosa. El
canto aflautado de los zarapitos reales (Numenius
arquata) había alcanzado con fuerza lo más profundo de mi cerebro y todos
mis sentidos estaban ya alerta y preparados para lo que se avecinaba, que no
era poco. Santoña nunca es poco.
Con la marea a media altura, limícolas y
anátidas se alimentaban por doquier en las orillas fangosas, mientras en los
canales los zampullines cuellinegros (Podiceps
nigricollis) se zambullian bajo las aguas. En la superficie recordaban
pequeños y desaliñados pompones de lana.
Podiceps nigricollis |
Las marismas de Santoña son un hervidero de
vida y cuando el tiempo corre, uno no sabe muy bien a dónde ir. Así que después
de echar un rápido vistazo al pólder de Escalante, donde un Águila pescadora (Pandion haliaetus) daba buena cuenta de
un múgel, un nutrido bando de ánsares comunes (Anser anser) pacía la hierba fresca bajo la atenta mirada de unos
alcaravanes (Burhinus oedicnemus),
que hacían todo lo posible por pasar desapercibidos, enfilé hacia el puerto de
Santoña, donde esperaba ver algún colimbo.
Gavia immer |
El pequeño puerto de Santoña es un balcón
abierto al gran estuario. En la lejanía se adivinan miles de patos, sobre las
islas descansan las gaviotas y los cormoranes grandes, y al borde de los diques
se alimentan, descansan o se acicalan colimbos, alcas (Alca torda) y zampullines cuellinegros. Y allí estaban todos,
fieles a su cita anual como no podía ser de otro modo. Las blanquinegras alcas,
los zampullines de ojos encendidos y los grandes colimbos con sus poderosos
picos lanceolados. Todo un placer para la vista y un deleite para el espíritu.
Mi estómago ya no me molestaba. Una cena ligera y un mullido colchón me
esperaban en Escalante.
El 23 de diciembre recobradas las fuerzas con
la ayuda de un buen desayuno, salía de Escalante en dirección a las marismas.
Con las primeras luces del alba me detuve en el pólder. Bajo el cielo sereno y
despejado, los ánsares se
anunciaban con sus graznidos nasales. En cuanto la luz me lo permitió, me puse
a escudriñar los prados. Las siluetas pronto comenzaron a definirse y en menos
que canta un gallo una luz intensa lo inundaba todo. Entre el grupo de ánsares
destacaba uno más pequeño y compacto, de cuello corto y oscuro, rematado por
una cabeza más pequeña en la que se apreciaba un pico corto y en gran parte
oscuro, tan solo el extremo final estaba resaltado por una banda clara. Era un
Ánsar piquicorto (Anser brachyrhynchus).
El ejemplar llevaba
en la zona desde el 12 de diciembre.
No fueron las únicas ocas que vi ese día.
Frente al puerto de Santoña, un par de barnaclas carinegras (Branta bernicla) se alimentaban en un
intermareal junto a otras anátidas. Al final acabé viendo nueve de estos gansos
más típicos de los fangos intermareales. Varios colimbos grandes continuaban por la
zona del puerto, pero lo que más despertó mi interés fue un par de bisbitas
costeros que rebuscaban entre los mejillones de un dique expuestos por la
bajamar.
Santoña es famosa, entre otras muchas cosas,
por el gran contingente de zampullines cuellinegros invernantes. Y entre tanto
cuellinegro, no resulta extraño que se cuele algún cuellirrojo (Podiceps auritus), lo difícil es
encontrarlo. Tras un par de horas escudriñando las aguas abiertas de la marisma
y muchos canales, acabé encontrando tres ejemplares desde la carretera que
atraviesa la marisma, esa gran herida que en su día proyectó y ejecutó un
infausto personaje. Pues allí estaban, los tres calándose continuamente, cerca
de donde reposaba una hembra de Eider común (Somateria
mollissima).
Tras un saldo tan positivo en Santoña, decidí
probar suerte con el Ánsar
chico (Anser erythropus) que
desde hacía unas semanas se veía por el embalse del Ebro. Cuandio llegué a la
zona donde acostumbraba a verse, me encontré con un grupo de SEO que lo estaban
buscando sin éxito. Recorrí todos los sitios posibles: Lanchares, la Riva, La
Costana, Bustamante. Ánsares comunes conté alrededor de 300 exs. Entre ellos,
un grupo de 26 ánsares caretos (Anser
albifrons), pero ni rastro del Ánsar chico. Disfruté de los caretos durante
un buen rato, además de otras aves de la zona, destacando un Picogordo
(Coccothraustes coccothraustes).
A última hora de a tarde, vi que muchos
ánsares alzaban el vuelo en dirección al pantano. Los encontré concentrándose
en un entrante de la Riva. Allí estaban los comunes, los caretos... y ¡el
chico! ¡Bimbo, bimbazo! Con las ganas que tenía de ver esta especie, el viaje
hasta Uvieo fue un paseo. Al día siguiente tocaba gavioteo por la costa central
asturiana, pero eso lo dejo para otro capítulo.
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